Digitalice a su señora de mi parte
Knock Out. Fuera de combate. Todos, próceres y súbditos, estetas y poligoneros, lumis y mujeres de toca. Todos sobre la lona del miedo a un ente nanométrico, silencioso e inmisericorde. Todos sin ideas, sin planes, sin aire, sin mañana. Y todos ya, de un día para otro, sin negociación, sin disculpas, sin tiempo para la despedida.
Ya en el tapiz, las gentes del vulgo apuramos los dos meses de clausura, como quien toma aire para seguir el combate de la vida con cuanta galanura permita el escozor de nuestras heridas. A las recientes del virus pertinaz, quienes hemos besado la lona en la velada de la cultura, unimos las provocadas por el crochet de la crisis financiera o el uppercut de los recursos dilapidados en contenedores tan espectaculares como vacíos.
Así y todo, fieles a la diosa Spes, hemos contado los diez segundos de gracia en la confianza de que los jueces –ministros y consejeros varios– dictaran con cada golpe de mano las medidas que, ya en el rincón, brindaran la toalla de un apoyo estratégico a quienes con la creatividad en los guantes libran cada día el combate que traza el perfil de un país, de su historia y de sus gentes.
Pero caímos creyéndonos púgiles franceses y nos levantamos reconociéndonos sparrings españoles. En los viejos altavoces de nuestro campo del gas de la cultura solo sonaba el anuncio de un nuevo elixir milagroso: la digitalización. Digitalice sus contenidos, señora ópera, ya verá cómo llora el respetable con los lamentos de Orfeo; digitalícense señores cómicos y gocen con la complacencia del público en sus sofás; digitalícense músicos todos, dispárense en el pie de sus conciertos. Y, por supuesto, digitalícense adalides de los museos, para qué mimar sus salas si pueden parir visitas virtuales y convertir sus obras en brillantes cromos de pantalla. Ah, y digitalícense gratis, por Dios, que no están las cosas para gastar los cuartos en fruslerías.
Y así dijo el prócer mayor: “pintamonas, juntaletras, faranduleros y musiquines, olvidad la emoción de la obra, la pasión del directo, y sed todos reos de la era digital; recoged menesterosos mis ayudas para tal fin y abandonad centros de arte, teatros y auditorios para deambular saltarines por recintos cibernéticos”. Y, tristemente, vieron no pocos artistas que aquello era bueno…
Pues ahora que ya me he sacudido el polvo de la lona, ahora que mi ojo maltrecho va librándose de la sangre seca, permítanme rogarle al gran prócer que digitalice a su señora de mi parte, que anide su rostro en la pantalla de su móvil y trate de encontrar en sus labios insípidos el deleite de aquellos besos cálidos de sus años núbiles. Y, ya puestos, dilectos padres de la patria, digitalícense todos en carne y pixel, sean uno con la Red y dejen atrás su anacrónica existencia mortal. Háganlo sin demora y concédanme el inmenso placer de poner mi dígito carnal sobre el comando “apagar el dispositivo”.
Artículo de Opinión para Diario de Burgos, 1 de Mayo 2020
Óscar M. Martínez coordinador de GesCulCyL por Burgos